Por Antonio Carranza
Querer no es amar. El querer parte de una necesidad afectiva, de una cierta angustia vital que, sin conciencia, descargamos en los demás. La querencia implica una imposición a la vida, una proyección de la insuficiencia que busca resolverse para que nos podamos sentir confortados. Cuando queremos deseamos, y el verdadero sentimiento del amor no parte de una imposición de la mente, sino que asume la realidad del ser amado tal y como se manifiesta, sin juicio, sin interés, sin aspiración.
Por eso el verdadero amor no puede caer en la trampa de la frustración. La querencia precisa sustitución afectiva, porque a través de ella suplimos huecos insatisfechos, nos prolongamos, nos encelamos, confirmamos nuestra identidad en aquello que queremos. Por ello, cuando no lo poseemos, cuando no nos corresponde la expectativa que habíamos volcado en el objeto deseado, padecemos. Los celos obviamente son consecuencia del querer, no del amar.
La mayor parte de los seres humanos no estamos maduros emocionalmente. Vivimos con permanentes sensaciones de fracaso porque hemos establecido en nuestras mentes continuas querencias con las que esperar y exigir de los demás. La madurez emocional tendría como fundamento reconducir nuestras querencias instintivas hacia una comprensión y una asunción más equilibrada con el ser amado. De esta manera a los comportamientos no los mueven las categorías de pérdida o de ganancia que acostumbramos a incorporar en el sentimiento. Cuando observamos cómo funciona el fuego pasional, estamos en camino de trascender la proyección de un deseo y de un apego maquinal.
Ya nos decía Gautama el Budha que cuando te gusta una flor la arrancas (pretendes hacerla tuya), mientras que si amas a una flor, la riegas todos los días (la cuidas y te importa que ella se sienta bien).
(Fragmento del libro «Senda de Sabiduría» de Antonio Carranza. P.V.P.- 15 €.)
Podréis solicitarlo: Email.- antonio@idiconciencia.es
¡Qué todos los seres sean felices!
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