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LA ESCUELA DE LA LUZ

Actualizado: 8 feb





         CAPÍTULO PERTENECIENTE A LA NOVELA PARA CHICOS DESPIERTOS «LA ESCUELA DE LA LUZ» (El aprendiz) de Antonio Carranza.

     Forma parte del programa educativo «El Camino del Mago» que emprende en su Departamento de Educación en valores el Instituto de Desarrollo Integral I.D.I.

 

                                       I

EL BÁCULO DE PODER

 

Entre las espigas bañadas por el sol las amapolas agitaban sus encarnados pétalos, en aquel prado en donde el gato Timoteo hizo sus cabriolas, mientras Lucía lo llamaba repetidamente para que los siguiera. El sol se enredaba en los cabellos rubios de la niña, en sus brazos menudos, en su cuello pecoso y claro, chispeando cálido cuando ella se detenía para pasar su mano por el lomo del animal y advertirle de que no se distanciara demasiado.

El azul intenso del cielo contribuyó a que los cuatro sintieran en su pecho una profunda alegría. No sólo por saber que les esperaba una gran aventura, sino también por la gratitud que se abría en sus corazones, pues tomaban como un premio maravilloso la oportunidad que se les ofrecía. Una columna de cipreses se agitaba siguiendo un mismo compás, hasta desembocar en la muralla del castillo.

Pedro abrió ampliamente sus pupilas a la bandera monumental en donde se destacaba un águila de dos cabezas, emblema que ellos bien conocían, cuando lo descubrieron unos meses atrás entre las madreselvas, tallado en el pórtico del jardín cercano a sus casas. Su mirada se alzó levemente, para hacer pantalla con su mano y divisar las torres y almenas del colosal monumento.

— ¿Cómo es posible que en la bandera de este castillo se dibuje un águila parecida a la que hay sobre la puerta escondida en nuestro jardín? —preguntó Lucas al jardinero Andrés. El hombre se detuvo un momento contemplando la solidez pétrea del castillo, que a esa hora del día exhibía en el límite del prado un aspecto imponente.

— Aquella puerta también es guardiana de los grandes Misterios. —contestó—. Ya deberíais saber que ese símbolo corresponde al Gran Conocimiento, aquél que anhelan los aspirantes a ser verdaderos magos. Una cabeza del águila nos señala la importancia de comportarse adecuadamente; la otra, la de crear armonía en la manera de emocionarnos. La mayoría de las personas actúan de forma alocada, sin apreciar la ansiedad y la confusión que mueven en su interior. Las dos cabezas del águila representan ese acuerdo, que los alumnos de la Escuela deben tener siempre presente. ¿Comprendéis? —preguntó a su vez evitando los saltos de Timoteo que, ante él, brincaba de un lado para otro—. Si estáis dispuestos a superaros y establecer en vuestra actitud esa energía positiva, el águila de dos cabezas os guiará en el camino.

— Sí; en verdad estamos dispuestos —dijo Pedro convencido, alzando su cuerpo mientras escondía ambas manos en los bolsillos de su pantalón.

— ¡Queremos saber! —aseguró también Lucas dando una zancada amplia con la que afianzar su pesado corpachón en la grava de la vereda. Tenía la costumbre de agitarse el pelo con una mano, cuando una situación le ponía nervioso, mas si se frotaba la cara se debía suponer que el momento ya era excepcional y le sobrepasaba. Se le dilataban los pómulos y se abría en sus mejillas un rubor encarnado, mientras los dos puntos de sus ojos y la línea de los labios disminuían claramente.

Caminaban por un sendero de tierra amarillenta que surcaba la loma, hasta desembocar en la entrada del edificio. Sarah se detuvo un instante para esperar a Lucía, que seguía dedicándole su atención al gato.

— En ocasiones especiales, cuando al corazón lo agita un gran anhelo, abrimos una emoción maravillosa al mundo de la magia —explicó Andrés—. Eso activa nuestro ánimo y nuestra esperanza. Los grandes maestros saben que ese entusiasmo es fundamental para el camino. Ellos pueden apreciar aquello que las personas comunes no entienden.

— ¿Diríamos entonces que la ansiedad y el desánimo son antimágicos? —preguntó Lucía abriendo ampliamente las pupilas de sus ojos celestes.

— Así es. Toda energía negativa que movemos en nuestro interior es antimágica. — aclaró el jardinero—. Esa bandera no sólo os da la bienvenida, sino que confirma vuestra intención de convertiros en verdaderos magos.

Al llegar a la enorme puerta, guarnecida con amplios remaches metálicos, miró los semblantes de los chicos, para saber del ánimo que los embargaba. Todos estaban resueltos, incluso Timoteo, que brindó al jardinero un maullido impaciente. Alzó la gran aldaba de bronce y dio tres golpes contundentes. La puerta rechinó con un sonido destemplado al desplegar sus batientes, sin que nadie aparentemente la hubiera abierto. Entraron.

Una arcada colosal rodeaba el gran patio, arcos de piedra entre los cuales se distinguían figuras intrigantes con rostros grotescos y amenazantes. Las cuencas de los ojos vacías, los cabellos erizados y un rabo enroscado que transmitía a quienes las contemplaban una sensación repulsiva, obligándolos a desviar la vista hacia otro lado.

Eso les sucedió a los chicos nada más entrar al recinto. Todos sintieron el escalofrío, y necesitaron reposar sus ojos en las hortensias que se abrían fabulosas en los rectángulos ajardinados del patio, trazados alrededor de un pozo cubierto. Aunque a esa hora de la tarde el sol ya comenzaba a declinar, el calor abrumaba. Habían visto muchos tipos de flores y plantas, mas ninguna que jadeara y resoplara, como hacían aquéllas, sudorosas bajo los rayos del sol. Los niños se miraron boquiabiertos sin dar crédito a lo que veían. Timoteo, sigiloso, pasó entre ellas, también sorprendido, y al inspeccionar con una de sus patas los pétalos de una flor, el resoplido que emitió lo acobardó de repente y brincó junto a Lucía, para que lo acogiera en sus brazos.

Andrés, llevado por su habitual cometido como jardinero, se encaminó resuelto a una manguera en cuyo extremo se enroscaba un aspersor de plástico y le dio a la llave. Nada más sentir la benefactora humedad del agua todas las hortensias suspiraron agradecidas, orientando sus pétalos al rostro de aquél que les había proporcionado tan agradable frescura.

— ¿Cómo es posible que entiendan? —preguntó Sarah fascinada, abriendo sus oscuras pupilas a las plantas. El hombre le obsequió una sonrisa, ligada al afecto con el que deslizó una de sus manos por el cabello oscuro y resplandeciente de la niña.

— En esta escuela veréis cosas muy singulares; y todas ellas están dispuestas para que aprendáis a apreciar la vida con unos ojos diferentes —contestó Andrés mientras volvió a acercar la manguera a las flores que imploraban al otro lado del patio.

Los recibió una mujer esbelta, de una sorprendente piel tostada que hacía más elegantes sus hermosas facciones. Las mejillas esculpían un rostro amable en el que destacaba el púrpura intenso de sus labios. Su extensa cabellera morena descendía en cascada por su espalda, recogida en la coronilla por un singular gorro. Una esmeralda lucía en su frente, a juego con las órbitas de sus ojos. Vestía un formidable peto de bronce en forma de corazón, coraza cuyas dos cavidades superiores realzaban sus pechos, mientras el vértice inferior descansaba en el ombligo. Asimismo, la otra parte de la armadura protegía sus caderas, desde donde se desplazaban hacia los muslos dos serpientes doradas, enroscadas hasta las rodillas. La mujer se acercó a los niños sujetando un bastón de poder, para darles la bienvenida e interesarse por sus estados de ánimo.

— No es por casualidad que se os ha permitido llegar a nuestra Escuela de Alta Magia. Esta oportunidad deberéis valorarla como una ventaja especial, pues gracias a ella aprenderéis cosas fabulosas. ¿Supongo que traéis con vosotros las espadas que se os dieron? —preguntó mostrando una amplia sonrisa en sus labios.

Los cuatro niños asintieron. Lucas y Pedro sacaron de sus cinturones sus armas de madera, blandiéndolas al aire, mientras que las niñas prefirieron mostrarlas sin extraerlas del cinto que cercaba sus caderas. Era el distintivo imprescindible que necesitaron para llegar a convertirse en aprendiz de mago, un obsequio que obtuvieron antes de atravesar el espejo que los había traído a este asombroso mundo. Los chicos recordaron el momento en el que el mago Salmán les había concedido aquel regalo.

— A partir de ahora ellas se convertirán en el fiel reflejo de vuestro progreso por la Escuela. Deberéis, por tanto, conservarlas junto a vosotros, incluso mientras dormís —dijo la mujer, antes de presentarse a ellos con el nombre de Alida.

— ¿Por qué es tan importante aquí esta espada de madera? Ni pincha ni corta… — preguntó Lucas acercando la punta al vientre encogido de Sarah. La niña apartó el utensilio con una de sus manos, mirándolo disgustada.

— El sentido de la espada que se os ha dado no es precisamente para que lleguéis a herir a nadie. Ella representa, como deberíais de saber, la gran cualidad que siempre habéis de tener en cuenta para transitar con paso firme el Camino del Mago —aclaró la mujer examinando detenidamente el semblante de los niños, al tiempo que pretendía encontrar en ellos una respuesta.

— ¡La voluntad! —indicó Lucía resuelta—. Sin voluntad y esfuerzo no podemos alcanzar los frutos del camino. Eso es un principio básico que nos transmitió el mago Salmán antes de darnos nuestras espadas—. Dirigió sus pupilas hacia el rostro de Lucas, con un gesto de desaprobación que ponía de relieve la estupidez de su pregunta.

— En efecto: el lema del aprendiz reza así: «LA VOLUNTAD OTORGA LA FORTALEZA Y NOS GUÍA PARA ALCANZAR CONVENIENTES PROPÓSITOS».

— Sin embargo… tú no usas espada… —Pedro señaló con curiosidad el cetro dorado que sostenía la anfitriona en su mano derecha. Ella, tras un breve silencio, buscó la complicidad en los ojos de Andrés, cuya sonrisa revelaba la satisfacción que sentía porque sus amigos fueran chicos despiertos y con ganas de saber. La mujer alzó el cuello con un aire distinguido, antes de ofrecer su respuesta:

— El cetro de poder que aquí veis no sólo es símbolo de la maestría, sino que otorga a aquél que lo obtiene poderes especiales.

— Es parecido al que usa el mago Salmán —dijo Lucas, recordando el báculo que tuvieron que soportar sobre sus hombros antes de que se les diera la espada de voluntad, cuando fueron señalados como iniciados del Camino Mágico.

— Salmán es un gran maestro que ha decidido salir al mundo para ayudar a las personas de buena voluntad a encontrar su camino —confirmó ella dibujando en su rostro un gesto de admiración que los chicos percibieron y del que se hicieron cómplices. Todos veneraban al anciano y le agradecían las muchas cosas que habían aprendido en los últimos días, la paciencia que les había dedicado, hasta permitirles acceder a aquella Escuela. Tras un breve silencio, expresó contundentemente su frase: «¡Hay maestros y maestros!»

— ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Sarah desconcertada.

— Quizás vuestro amigo Andrés quiera responder a esa pregunta —añadió la mujer, señalando con el extremo de su báculo al jardinero. Andrés de pronto se ruborizó, pues sabía que esa invitación suponía una prueba para él, una de tantas posibilidades que la Escuela concedía para mostrar abiertamente cómo se asimilaban sus enseñanzas. «En esta Escuela siempre estás siendo medido», recordó la frase, en el instante en que aquella respetable maestra se acercó a su oído antes de nombrarlo COMPAÑERO del camino. Él bien sabía que el grado de COMPAÑERO implicaba «acompañar» y ser fiel colaborador con los maestros, por lo que respiró profundamente para brindar a los chicos su respuesta:

— Alida quiere decir con esa frase que hay maestros de un primer nivel que enseñan y transmiten el conocimiento, mas sin haber despertado en su corazón un profundo respeto y compasión por los demás. —En este punto Andrés desvió la mirada hacia el rostro de su maestra, para saber si aprobaba sus palabras. Ella le obsequió un gesto afirmativo, dando a entender que iba por buen camino. Luego dejó descansar una de sus manos en el pomo dorado de su báculo. Sintiendo que su respuesta era adecuada, el jardinero continuó —: Sin embargo, hay otros maestros que transmiten el conocimiento no sólo mediante pensamientos e ideas que produce la mente, sino por un empuje del corazón. Ellos aceptan la misión de ayudar a los demás cuando sienten las ganas de aprender; y también llegan a interesarse vivamente por el sufrimiento humano, pues lo consideran con un profundo amor en su corazón. Estos son los llamados «maestros de la compasión».

Los cuatro niños dejaron que su memoria perfilase el rostro benévolo de Salmán, intuyendo que él era uno de los maestros de la compasión de los que Andrés hablaba. «¿Podría algún día llegar a ser un maestro de la compasión?» se preguntó Pedro en su interior, sintiendo como muy lejano ese resultado. Él, en algunos momentos, había sentido por su hermana una verdadera ternura, y por algunas personas que veía tristes un sentimiento noble y caritativo… pero aquello de ser maestro de la compasión….

— ¡Alida… que nombre tan bonito! ¿Qué significa? —quiso saber Lucía. Como la tutora volvió a depositar su mirada en la de Andrés, él respondió a la pregunta:

— La que ha sido vestida con las alas del Gran Aliento. Nuestra maestra despliega sus alas cuando en verdad conviene, para ayudar a los alumnos a estimular el valor, cuando los asalta la calamidad y su energía se encuentra debilitada. Mas debéis tener presente que elevará ante vosotros su báculo de poder, si en la Escuela no estáis a la altura de las circunstancias —añadió con una mirada severa para que los chicos tomaran en serio sus palabras.

— Así es —dijo Alida usando un ademán solemne—. En esta Escuela la disciplina y el orden son fundamentales, si queremos obtener adecuados resultados. Aquel alumno que se dispone a recorrer el Camino del Mago, ha de aprender a distinguir la maléfica energía que siempre nos puede acometer. Ella nos hace esclavos de los malos pensamientos y nos lleva al desaliento y a la enfermedad. —Diciendo esto, señaló la serie de bestias monstruosas que se adherían a los capiteles de las columnas. Los chicos quedaron fascinados al observar que en el instante en que el extremo dorado del cetro los apuntó, aquellos engendros desagradables se retorcieron con un desafío maligno, mientras las hortensias, abajo, exhalaron un unánime clamor, temerosas y alarmadas.

— En este patio de entrada podréis siempre recordar la lucha frenética que en vuestro interior se agita —explicó Alida haciendo descansar el bastón para que las figuras volvieran a hacerse pétreas.

— Son los «Egos» ¿verdad? —anunció Lucas, comprendiendo el significado de las figuras.

— En efecto. Los enemigos ocultos e indeseables que alteran nuestras emociones y nos llevan a sufrir y actuar inconscientemente. Y estas hortensias débiles y temerosas representan los valores y cualidades que aún no habéis logrado hacer fuertes en vuestro interior. No lo olvidéis.

Tanto Sarah como Lucía sacudieron sus cuerpos con espanto, sintiendo un agudo escalofrío. Los niños, aunque también lo sintieron, contuvieron el sobresalto.

— Sólo un bastón de poder como éste os puede asegurar una definitiva libertad. — Los chicos arrugaron la frente, al no comprender las palabras de aquella sorprendente mujer. El jardinero, al tiempo que usaba una mirada cómplice, pidió permiso para explicar aquel comentario:

— Ahí, afuera, ceremonias de distintas culturas presentan a hombres y mujeres con cetros de poder, con bastones dorados y fastuosamente decorados, mas sin verdadero valor. En la antigüedad, usar un báculo de poder significaba haber alcanzado un costoso resultado.

— El que lo llevaba era pues un maestro de la compasión —dedujo Sarah.

— Y no sólo eso, ya que el báculo indicaba la capacidad de dominar las fuerzas siniestras y otorgar al que lo portaba la salud y el poder que permite el gran conocimiento.

— ¡Qué interesante…! —exclamó Lucía—. ¿Podremos algún día llegar a ser «magos sanadores»?

— Diferentes niveles alcanzaréis en la Escuela si ese fuera en verdad vuestro destino —anunció Alida—. Pero a partir de ahora lo principal es tener en cuenta que el poder mágico llega tan sólo al alumno que hace estable su personalidad y va alcanzando respuestas en su interior.

— En una ocasión Salmán nos dijo que para que nuestra expresión personal fuera saludable, deberíamos de equilibrar el pensamiento, la emoción y la actitud — recordó Pedro, en aquel día especial en el que el Mago les habló de la personalidad.

— Así es —certificó Alida—. Si afuera mostráis a la vida y a los demás una conveniente personalidad, adentro aplacáis vuestra angustia y ansiedad, las dos energías indeseables que a veces se agitan en nuestro interior y crean enfermedad.

—La maestra volvió a alzar el báculo hacia los espeluznantes relieves que, de nuevo, se retorcieron en los capiteles de las columnas, tocados en la distancia por el poder con la que ella los desafiaba. Tras aquel gesto, continuó—: las respuestas que precisa el mago son consecuencia de su trabajo personal. Nunca deberéis de olvidar este fundamental principio de nuestra Escuela.

— Entonces, para llegar a ser «magos sanadores», debemos ocuparnos de nuestra personalidad —resumió Lucía satisfecha.

— Vuestras expresiones, emociones y pensamientos —certificó Andrés—. Es algo fundamental que ha comprender el aprendiz de mago, para luego poder llevarlo a la práctica.

— ¡Qué difícil…! —se atrevió a exclamar Lucas, sin darse cuenta de que había pronunciado la palabra que todos los magos pretenden evitar. Sus amigos, incluida Alida, lo miraron con un gesto de reprobación. Al fin el chico, un tanto confuso, rectificó—: bueno… quiero decir… que es una labor para toda la vida. —Ante su airosa salida, todos aflojaron el gesto.

— El gran mago aprende a canalizar su energía vital, a dominar las fuerzas que se mueven en su interior —explicó Alida—. Mucha gente no sabe que la palabra «imbécil» guarda relación con el término «báculo». Un imbécil era un «imbáculo», aquel individuo que no sabía usar adecuadamente su báculo interior; ¿y cuál será ese bastón de poder y fuerza? —preguntó colocando su cetro de poder vertical ante su magnífica figura. Los chicos respondieron al unísono: «¡la columna vertebral…!»

— En efecto: para progresar adecuadamente en esta Escuela de Alta Magia siempre tendréis presente que la angustia y la ansiedad son sensaciones negativas que crían enfermedad, os debilitan vuestra fuerza interior y, a la postre, os encorvan la columna, haciéndoos endebles y perezosos. Ahí, afuera, al otro lado del espejo, hay muchas personas que no paran de quejarse y, sin darse cuenta, se convierten en protestones y debiluchos.

Diciendo esto Alida enfundó su bastón en una correa que rodeaba su cintura para dar tres palmadas que retumbaron con estruendo en el pórtico. Al punto, aparecieron por una puerta dos personajes extraños vestidos con amplios calzones, zapatos puntiagudos y un frac de colores vivos que alcanzaba por su parte trasera la altura de las rodillas. También usaban chalecos que dibujaban rombos y estrellas, y un lazo estrecho a modo de corbata que, inexplicablemente, no se mantenía quieto.

— Os presento, queridos niños, a Pip y a Pop, los hermanos que a partir de ahora serán vuestros asesores mientras os encontréis en la Escuela.

Ambos personajes hicieron ante los presentes una pomposa reverencia, antes de decidirse a hablar:

— ¡Oh, sí…! Somos guardianes de los aprendices, pero no somos carceleros, ¿verdad Pop…? ¡Oh, nada de eso…! Somos aliados inseparablessssss. Aficionados del gran aprendizaje, hinchas de la ilustración, apasionados seguidores del saber, amantes del buen juicioooo…

Terminó con una acrobática pirueta. Las palabras que pronunció Pip con ademanes enfáticos salieron de su boca a una velocidad sorprendente, mientras el lazo que se desdoblaba en su cuello acompañaba su voz con amplias sacudidas, para certificar su entusiasmo. Al fin Pop, que lo miraba boquiabierto, pestañeando repetidamente, habló con un aire cansino y desgarbado:

— Custodios de los aprendices somos, mas no carceleros, por cierto, ¿verdad Pip…? ¡Oh, nada de eso…! Admiramos la valentía, pero no el excesivo atrevimiento; alabamos la astucia pero, sobre todo, chicos, servimos al que anhela alcanzar el gran conocimientooooo… —Al concluir torció el rostro con un gesto de fatiga, ofreciendo a la concurrencia un prolongado suspiro. Aquellas palabras de Pop fueron pronunciadas con parsimonia, con una extrema lentitud que contrastaba notablemente con el vigor que había mostrado anteriormente su hermano. Pip lo había seguido impaciente tratando de alentarlo para que fuera más deprisa, a través de un nerviosismo que también contagió a su corbata. El lazo de Pop, por el contrario, siguió con su baile el cansado compás de su dueño.

Los chicos rieron divertidos las expresiones dispares de ambos personajes.

— Pip y Pop representan las dos frecuencias que contaminan la vitalidad humana — explicó Alida—. Como veis la energía de Pip se mueve en ansiedad, en intranquilidad; mientras que la energía de Pop se declara con excesiva lentitud, se manifiesta un tanto flemática y angustiosa…

— Cuando pasé por las diferentes pruebas del aprendiz ellos se convirtieron en consejeros estupendos —señaló Andrés— y sus formas de expresarse me recordaron siempre que debía buscar el equilibrio de la paciencia y la serenidad.

— ¡Oh, gracias…! Amable es el jardineroooo. Cariñoso y campechano… ¿Sientes agrado Pop como yo sientoooo? Un cosquilleo en el estómago, un no sé qué; un qué sé yo —indicó Pip con sus habituales aspavientos.

— Un qué sé yo también siento; cosquillas en mi pechoooo. Agradable el muchacho Pip en verdad es. Amigable y simpáticoooo —dijo a su vez Pop, terminando su frase con el consabido suspiro.

— Conducid a los nuevos aprendices de Mago a sus aposentos —ordenó Alida—. Pronto nos veremos —Diciendo esto inclinó levemente el semblante y se retiró por una de las puertas que daban al patio.

Los chicos se despidieron de su amigo Andrés con grandes muestras de cariño, pues él debía volver a sus quehaceres habituales y no se quedaría con ellos en la Escuela.

— En la distancia pensaré en vosotros. No temáis y sed fuertes y astutos en las pruebas que se os han de presentar —les dijo, abrazándolos con afecto. Hasta ese momento ninguno de ellos había tomado conciencia de que estaban allí para salvar pruebas precisas.

— ¿Qué clase de pruebas tendremos que superar? —preguntó Lucía un tanto cohibida.

— Será el destino el que decida —respondió el jardinero—. Él os proporcionará aventuras especiales en las que seréis valorados.

Ellos  pensaban  que  aprender  significaba  ir  a  clase,  memorizar  cosas importantes… que en aquella Escuela tendrían que estudiar de forma parecida a como lo hacían en el instituto, en su ordinaria vida. Sin embargo, las palabras de Andrés los dejaron un tanto encogidos.

— No temáis —volvió a indicar el jardinero—. El miedo y la impaciencia son los peores compañeros del camino.

— El miedo espanta, nos corta el resuello —dijo Pip llevándose ambas manos a la garganta para estrangularse a sí mismo—. ¿Tiemblas Pop como yo tiemblo…?

— ¡Qué pavor, qué sobresalto…! —exclamó Pop temblando al igual que su compañero, dejando que Pip lo abrazara para tiritar juntos—. ¡Me castañean las tripas; el corazón me da saltos! —. Ambos dieron al unísono unos cómicos brincos, enlazados por el miedo.

— ¡Qué cobardes somos Pop...!

— Gallinas sin plumas... blandos capones a punto de ser asados. —El suspiro de Pop le castañeó los dientes, mientras miraba a los chicos aterrorizado.

— No consentiremos que el miedo nos venza —dijo resuelto Pedro, mirando a sus amigos para confirmar que ellos seguían su decisión.

— Si hemos decidido llegar hasta aquí, es para conseguir ser magos, cueste lo que cueste —apoyó Lucas abriendo el pecho con un aire resuelto. Pip y Pop lo imitaron restableciéndose de su anterior estado.

— La valentía es una cualidad imprescindible en el Camino —dijo al fin Andrés, palmeando las espaldas de sus amigos para darles confianza.

— ¡Seremos valientes! —certificó Sarah alentando con su mirada el rostro cohibido de Lucía.

Pip y Pop señalaron una puerta al otro lado del patio para que los chicos decidieran seguirlos. Andrés les deseó una vez más suerte y ellos, tragando saliva, pasaron entre las columnas donde las figuras permanecían pétreas y amenazantes. A Sarah le sobrevino un espeluzno cuando uno de aquellos diablos giró el rostro, para seguir con sus cuencas vacías el movimiento de la niña. Al pasar por entre las hortensias sintieron las exhalaciones de las flores en sus piernas, resoplidos que los alentaban, mientras inclinaban sus enormes pétalos despidiéndolos.

Se diría que Timoteo también experimentaba la misma expectación que los chicos, pues cuando Lucía lo dejó en el suelo miró a uno y otro lado, caminando cauteloso. Pasaron por un amplio corredor atestado de cuadros antiguos. Todos aquellos señores y damas portaban cetro de poder, y un bonete parecido al que usaba Alida en su cabeza.

— Grandes magos son, defensores de la humanidad. Hombres y mujeres que combaten sin cesar el egoísmo y la maldad —explicó Pip señalando a aquellos ilustres personajes.

—¿Todos están vivos? —quiso saber Lucía. Al punto los dos hermanos se pararon en seco para reflexionar la respuesta que requería aquella pregunta. Se llevaron sus dedos índices a las mejillas, a la frente, intercambiaron muecas de preocupación, mientras los chicos no comprendían tanto misterio. Al fin Pop se decidió a responder:

— Importar eso no interesar por no convenir saber si sí o si no; no atañer, ni incumbir; no pertenecer a nosotros respuesta tan inoportuna. —Acabó con un nuevo desfallecimiento.

— La magia ni muere ni agoniza —apoyó Pip las palabras de su hermano—. No revienta como las pompas —hizo una cabriola al aire y continuó gesticulando todo lo que decía y lo que a su vez expresaba su hermano—, ni dobla la cabeza, ni estira la pata…

— Ni hinca el pico, ni cierra los párpados, ni se desploma… —dijo Pop. Luego, tras una breve pausa, prosiguió con un escalofriante susurro—: mas sí debéis saber que hay grandes magos que ahuyentan las telarañas de la muerte.

— ¿Y eso por qué? —preguntó Lucía. Los dos personajes se miraron estupefactos y, abriendo la boca al unísono, terminaron por elevar los hombros en señal de desconcierto.

— ¡Mirad, es Salmán…! —exclamó Lucas nada más distinguir el semblante altivo del mago, enmarcado por espigas doradas que realzaban su figura. Los cuatro abrieron las pupilas ampliamente al percibir cómo su maestro se inclinaba levemente en el cuadro para saludarlos, con un gesto amable que a todos fascinó. Como los chicos permanecieron estupefactos ante él, Pip y Pop les incitaron a continuar el paso.

El corredor concluyó en un vestíbulo repleto de velas encendidas. Artesonados de madera lo envolvían, espejos envejecidos por el tiempo, esculturas diversas de mitos antiguos en los que hombres fabulosos dominaban bestias salvajes. Una reproducción de las tres Gracias permanecía en el centro de la antecámara, tres mujeres de mármol desnudas que se abrazaban y sonreían amablemente. La retahíla de cuadros se prolongaba por la estancia, ascendiendo por la pared de una amplia escalera de madera. Los chicos fueron invitados a subir.

Entonces Sarah se detuvo ante un cuadro distinto, más pequeño y simple, ya que el marco que lo recubría estaba compuesto por ramas de un árbol inusual. Era una madera hueca adornada por nudos verdosos, semejantes a esmeraldas sin pulir. Sin embargo, lo que sorprendió a la niña fue la juventud del mago que allí se mostraba, pues era un chico joven, algo mayor que ellos. —¿Quién es…? — preguntó a los dos hermanos.

— ¡Qué joven…! —exclamó Lucía a la vez impresionada—. Y también usa báculo de poder, y el mismo bonete que los otros magos.

— Es el niño Astaldo, el que canta luces y alegría —informó Pip antes de aclararse la garganta con un ronroneo para cantar a plena voz— ¡La pa chin, la pa chan…!

Entonces, su hermano lo siguió sin demasiado entusiasmo:

— ¡Pa chin la, chan la pan…! —. Hasta que ambos hincharon los pulmones para concluir al unísono con un clamoroso «¡Channnn…!»

— El bardo Astaldo es un chico que ya nació mágico —explicó Pip—. Como nosotros, ¿verdad Pop….? Sin embargo, él apenas habla: sólo canta para ahuyentar las sombras, para hacer más resplandeciente el día y hacer papilla la melancolía. — Acabó estrangulando con sus manos algo imaginario.

— Y cuando eso sucede el sol sonríe y remedia en las personas males espantosos — añadió Pop—. Astaldo es un bardo adorable y maravilloso.

— ¿Y dónde se encuentra ahora? ¿Podremos verlo? —preguntó Pedro impresionado.

— ¿Verlo… conocerlo, avistarlo, divisarlo…? ¿Se puede ver el horizonte en noche cerrada? —preguntó a su vez Pip.

— ¿En noche sin luna se puede otear cosa alguna? —continuó Pop.

— ¡Nooooo….! —exclamaron a la vez antes de invitar a los chicos a pasar a una sala en la que se situaban cuatro camas cuidadosamente preparadas para ellos, dos a un lado de la habitación y las otras dos al otro.

Sobre las almohadas esperaban debidamente doblados sendos pijamas, y unas zapatillas de fieltro se alineaban a los pies de cada cama. Todas contaban con una mesita de noche que soportaba una lamparita encendida y, junto a ella, un cuaderno en cuya portada destacaban en letras doradas las palabras «LAS SEÑALES DEL CAMINO». En la parte inferior del libro se distinguía el nombre del chico a quién iba destinado: Pedro, Lucas, Lucía y Sarah. Al punto Pip reparó en Timoteo. Dio un brinco ante él y preguntó de improviso:

— ¿Y este felino tan rubio e indiscreto … ¿también será nuestro inquilinooooo?

— Muy observante parece ser el minino, ¿será un espía, un fisgón? No sabemos… pero sí bigotudo es, peludo y orejón. — Pop quiso acariciar al gato, que lo evitó alojándose bajo una de las camas.

— Es nuestro amigo Timoteo —señaló Pedro—. Es inofensivo.

— ¿Y dónde dormir deberá? —quiso saber Pip.

— Junto a mi cama —aclaró Lucía—. Esta simple esterilla le servirá.

En aquel dormitorio destacaba una escultura de bronce aposentada sobre una tarima. Era la figura de una dama que usaba una amplia túnica sobre la que caían los rizos de su larga cabellera. Bajo su pie derecho sobresalía una figura demoníaca que ella dominaba con su pisada. La sonrisa de la mujer transmitió a los chicos una sensación de cordialidad que al instante agradecieron.

— Esta noche aquí dormiréis; y la Dama de los Sueños velará por vosotros. ¡Vigilad, pues el sueño de la primera noche siempre es revelador! —dijo Pip con un tono enigmático en su voz.

— Importante ha de ser para el camino… —añadió Pop con el aire cansino que siempre le caracterizaba—. La Dama de los Sueños humilla a los espantajos de la noche y aplasta a las pesadillas. Se os proporciona un cuaderno para que señaléis todas las mañanas en él el sentido de vuestros sueños.

— Y los detalles más relevantes de vuestras aventuras —expresó Pip con una cabriola, señalando con un dedo los cuadernos mientras circulaba animoso en torno a las cuatro camas.

— ¡Bienvenidos… aprendices de magos! —exclamaron los dos hermanos al mismo tiempo antes de despedirse con una suntuosa reverencia y salir de la habitación. Cerraron la puerta dejando a los chicos desconcertados.

Lucía abrió su cuaderno para comprobar que lo componían unas páginas rugosas y de un color ligeramente tostado. En el dorso se dibujaba el semblante de un mago barbudo y bonachón que usaba bonete rojo y bastón de mando dorado. Nada más darle la vuelta al cuaderno dio un respingo de sorpresa, pues el dibujo le guiñó, recuperando su gesto imperturbable.

— ¡Caramba…! —exclamó la niña—. Coged vuestros cuadernos y veréis.

Todos le hicieron caso advirtiendo igual que ella el mismo guiño de complicidad que los dibujos les habían obsequiado. El sobresalto de Lucas hizo que su cuaderno saliera disparado de sus manos y cayera en la cama. Sarah lo separó de su cuerpo, aturdida, mientras Pedro, advertido por el impacto de sus amigos, lo cogió con fuerza para evitar el sobresalto.

— Esto que nos está pasando es de lo más sorprendente —dijo Sarah sentándose en su cama —. Aquí todo se anima, cobra vida. Aunque algo me dice que somos asistidos, que fuerzas maravillosas nos acompañan en este viaje.

— ¡Oh… yo también pienso así! —certificó Lucía con un ademán optimista que se dibujó risueño por la comisura de sus labios—. La Dama de los Sueños me hace sentirme tranquila. —Se acercó a la escultura para contemplar detenidamente el cuerpo escamoso del monstruo que se esculpía bajo su pie. Entonces sintió un temblor que le hizo retroceder y tragar saliva.

— Yo no me siento tan confiado como vosotras. ¡Pruebas…! ¿Habéis pensado que nos esperan pruebas decisivas para el camino…? Y si son muy duras y no las superamos… —Lucas se debatía nervioso frotándose una mano con la otra—.

¿Dónde nos hemos metido? —preguntó al fin, derrumbándose sobre su almohada.

— No creo que debamos alimentar el miedo —dijo Pedro haciendo acopio de valor—. ¿Queremos o no queremos ser verdaderos magos? Nos hemos comprometido con firmeza a no ceder a la más mínima dificultad, y es por eso que se nos ha permitido llegar a esta Escuela. —El noble sentimiento que experimentaba por Sarah se unía al amor que siempre le había llevado a proteger a su hermana Lucía, dos poderosas motivaciones que le hacían más resuelto y positivo.

— Así es —confirmó Sarah convencida, pasando su mano por la espalda de Lucas para tranquilizarlo.

— Sí; es verdad —dijo Lucas reponiéndose y respirando más aliviado—. Tenemos que ser valientes.

Los cuatro chicos se abrazaron para darse ánimos, confirmando en aquel gesto la resolución de mantenerse fuertes y decididos. Sin embargo, nada más colocarse los pijamas y arrebujarse entre las sábanas, una vez apagada la luz, sintieron en el pecho una punzada que les impidió conciliar el sueño y les provocó el hechizo de percibir por la estancia sombras imprecisas que hacían castañear sus mentes.

 

         Fragmento de la novela «La Escuela de la Luz» de Antonio Carranza

         P.V.P.- 15 €. Podéis solicitarlo en formato físico como en PDF. (Todos los libros que editamos sufragan los distintos gastos de nuestro Obra Social I.D.I.)

        Agradecidos por vuestra colaboración.

      Web.- idiconciencia.es /

       Email.- antonio@idiconciencia.es

       

        Indicar que podéis contar con una anterior novela titulada «El Camino del Mago», del mismo autor que, si bien trata los pasos previos que nuestros protagonistas emprenden en el camino, ésta que aquí ofrecemos se puede leer de forma independiente.            

            ¡Que todos los seres sean felices!

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