COMENTARIO MEDITACIONES MARCO AURELIO 13
13.- «Lo que es realmente hermoso no necesita más nada». La razón puede ayudarnos a explicar el orden, el sentido que queremos darle a las cosas y aquellos fundamentos donde se apoya lo cotidiano, mas el lenguaje emotivo no precisa del pensamiento para expresarse. Cuando los griegos nos aseguraban que «la belleza es la adecuada conformidad de las partes entre sí y con relación al todo», ya usaban un criterio, un sistema de relación que, sin duda, les alejaba de la simple sensación, de lo inmediato.
La apreciación de lo bello, del gozo, es un impacto anímico que nos acerca a lo esencial. La expresión latina «Simplex sigillum veri» —«la simplicidad es el sello de la verdad»— aparece inscrita en grandes caracteres en el auditorio de física de la Universidad de Göttingen. Mas aquí podríamos diferenciar dos aspectos de eso que denominamos «verdad»: el primero cuando lo verdadero se remite a lo espontáneo y esencial, manifiesto en la simplicidad de las cosas. Llega a apreciarse por una vía anímica que no sólo eleva la emoción, sino que la incorpora a lo que ES, sin alegatos ni argumento alguno. Pero el segundo, el que precisa el sujeto común, necesita del artilugio de la idea. Así la verdad se determina, se busca a través del entendimiento y, sin remedio, se aleja de lo simple e intuitivo.
Cada cual tendrá su verdad según haya diseñado su «país psicológico particular», y según haya ido experimentando una serie de sensaciones vitales que conformarán el criterio y su particular percepción de la realidad. De esta manera, el ser humano común no podrá considerar el destello de lo natural y simple, porque el pensamiento lo sumirá, de continuo, en una angosta complicación. Se emocionará con lo que es agradable y hermoso, sí, más desde el encantamiento singular que empaña su mente.
Diremos que lo hermoso es apreciado de forma muy diferente por unos y por otros. Cada persona se emociona según sea su sensibilidad, su desarrollo anímico. Dos individuos pueden coincidir en asegurar que una pintura es bella, mas cada cual la advertirá según se agite su fuero interno. Con este razonamiento nos alejamos sin remedio del simple pálpito. Y yo diría que, inmersos en el raciocinio, nos desviamos del acto simple. Merma la conciencia, en la necesidad de considerar e interpretar todo lo que nos pasa; y enredados en este hábito no nos daremos cuenta de forma cabal de cómo vibra la llama que alienta la vida. El silencio nos acerca a la singularidad de lo bello. Sin embargo, cuando una zona ambigua de nosotros aspira a apresar lo que es excelente, nos alejamos sin conciencia de su esencialidad. Pretender es ansiar.
Como la espuma de una ola baña la arena de la playa, ha de llegarnos lo sublime; mansamente. Nos dice también el emperador: «La dulzura, cuando es sincera, es una fuerza invencible». ¿Afabilidad, cordialidad, ternura…? Principios anímicos que suceden según el desarrollo de la sensibilidad. La nobleza que subyace en las proporciones es lo que enaltece a los sentidos; no obstante, sin sensibilidad este centelleo no puede apreciarse. Los números, el sonido y el color determinan esa gloria, como generosidad universal destinada a determinar el arco entre lo mezquino y lo sublime. La belleza en el orden y equilibrio de las matemáticas, en el sentido musical que estimula a la vida, sumida en la combinación de gamas y frecuencias que nos brinda el color; serán manifestaciones de lo que los hinduistas denominan «las Gunas», agentes universales susceptibles de ayudarnos a encontrar lo excelso en cada uno de nosotros.
En mi tratado «El humus humano», indico lo siguiente: «Todos los ciclos naturales estarán movidos por la emoción, el movimiento y la inercia que de continuo hacen que fluya y se compense la vida; y estos tres aspectos de regulación cósmica van a establecer todas y cada una de las leyes con las que el Universo economiza su orden. Será para la tradición hindú el desequilibrio primero del Iliaster (Omeyocán nahua) en donde las Gunas inician la aurora del Universo… la antigua tradición hindú considera al mundo como un santuario que sostienen las tres Gunas, o lo que ellos consideraban los tres principios de la vida».
Señalo más adelante: «La cultura védica señala a los tattwas como las distintas posibilidades del éter que, en sus diversas proporciones, ajustan los procesos de la naturaleza. De esta manera cada hormona, cada gen y cromosoma ya es una expresión orgánica en donde puede manifestarse la vibración del Éter universal; como los elementos de la naturaleza —tierra, aire, fuego y agua— guardarán en su continua alternancia la chispa latente que dispone el Universo para la creación».
La belleza es inherente a la vida porque la naturaleza se compone a través de principios de orden y proporción. Cuanto más la psique humana requiera precisar la vibración de esta órbita, concretarla para el mundo formal en el que se vive, más nos alejaremos de la fuerza a la que Marco Aurelio se refiere. Todo aquello que es sublime, al ser superlativo, requiere abstracción. El sujeto común pretende especificar, delimitar lo que experimenta, darle nombre y certificar la cualidad. Así la armonía universal se nos escapa entre suspiros, y el lenguaje del alma no llega a ser comprendido. Toda cualidad, para ser auténtica, precisa tacto y sensibilidad.
Nos parece legítimo que un artista busque en su expresión este brillo sensitivo que lo acerque a la belleza y a la fuerza de esa dulzura vital. Sin embargo, cuando es la mente la que interpreta y pretende descifrar lo creado, cuando el Yo vanidoso refocila en la obra expresada, nos desviamos sin conciencia del timbre universal del que hablamos. Estamos hablando de Dios, o sea, de lo divino que subyace en nosotros. Son los brincos mentales del que busca con afán lo que nos aleja de Dios. No sólo a través del deleite, sino, sobre todo, de la certificación egoica que incorporamos a lo vivido y expresado.
También nos aconseja Marco Aurelio: «Medita en la belleza de la vida. Observa las estrellas y mírate corriendo con ellas. Piensa constantemente en los cambios de los elementos entre sí, porque tales pensamientos limpian el polvo de la vida terrenal». La serenidad de la contemplación nos puede sumir en el resplandor que alumbra el universo. El gran discernimiento no sucede desde el ordinario pensamiento, pues requiere nociones extraordinarias con las que la mente llegue a elevarse sobre ese polvo mediocre y sucio que empaña la realidad. Cuando las ideas son vulgares, machaconas, destinadas a proteger a un Yo carente, huérfano de fuerza interior, el sujeto no ve; su ceguera lo lleva a vagar sin conciencia en el oscuro vacío.
(Fragmento del libro «Meditaciones desveladas» de Antonio Carranza)
Envío PDF.- 10 € (colaboraréis con los gastos de nuestra Obra Social IDI. Gracias)
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